El pequeño patito estaba convencido de que, si se esforzaba lo suficiente, algún día los demás lo aceptarían. Quería ser perfecto, no solo para sí mismo, sino también para agradar a los otros patos. Pero, cuanto más intentaba cambiar y adaptarse, más sentía que fallaba. Temía que si mostraba lo que realmente era o cómo se sentía, lo rechazarían aún más.
Los otros patos, sin saber lo que pasaba por la mente del pequeño, a menudo lo criticaban: “Tus plumas son extrañas”, “No nadas como nosotros”, “Eres demasiado callado”. Y aunque sus comentarios lo herían profundamente, el patito nunca decía nada. Reprimía sus sentimientos, pensando que si expresaba su dolor, sería peor.